sábado, 27 de noviembre de 2010

GUÍA PARA ELABORACIÓN DE ESCRITO MONOGRÁFICO PARA ALFABETIZACIÓN

Guía para la presentación de un escrito monográfico en Alfabetización académica.
(Aclaración: este trabajo está destinado para alumnos que no cursen Práctica o no presenten monografía en esa materia)
  • Cantidad de integrantes: no más de dos (hasta dos integrantes)
  • Presentación: Martes 7 de diciembre de 2010 de 19 a 19.30 en el salón planta baja de la Comisión 1 de Profesorado para Educación Primaria.
  • Portada: En la portada de su trabajo deberá incluir los siguientes datos: Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología, Instituto de Nivel Terciario de Villa Ángela, Profesorado de Educación para Nivel Primario, Materia, Tema de la monografía, Alumno/a, Profesor/a, Curso, Comisión, fecha de entrega.
  • Tipo de letra: Arial o Times New Roman 12. Interlineado 1,5, márgenes: 2cm. Tinta negra. Tamaño de hoja: A 4. Páginas numeradas. 
  • Extensión: deberá contener cómo mínimo 8 páginas (máximo 10)
Texto sugerido: El lector iddeal es el lector adolescente. (en página12)
 Bibliografía obligatoria:

  •       Jack Goody ?Alfabetos y escritura' en RAymond Williams (ed) Historia de la comunicación, Barcelona, Bosch,Comunicación, 1992.

  • Calvet, Jean. La lección de escritura.La tradition orale. Paris , P.U.F. 1894. Traducido por Roberto Bein.
  • Fedro, Platón.
  • Ong Walter, Oralidad y escritura. FCE, 1987
  • Pattanayak, D.P. La cultura escrita. un instrumento de opresión, en Olson y Torrance, Cultura y oralidad. Barcelona.Gedisa, 1991.
  •     Lêvi-Strauss, Claude. La lección de escritura. Tristes trópicos, Eudeba, 1970
  • A partir de la bibliografía obligatoria, en la que se explica la estructura y los modos de escribir una monografía, elabore un escrito monográfico, siguiendo las pautas de escritura propuestas en la bibliografía del cuadernillo y en lo desarrollado en clase (exhibido en el post sobre monografía en este blog)

  • Temas posibles a desarrollar:

    • ¿Puede la oralidad reemplazar a la lectura y la escritura?
    • La escritura es un instrumento de poder
    • La lectura y la escritura son instrumentos de opresión.
    • La lectura y la escritura son instrumentos de liberación.
    • ¿El libro, es reemplazado por nuevas formas de leer y escribir?
    • a. Para lograr de este tema en su escrito deberá en primer lograr realizar una lectura exhaustiva y minuciosa de los artículos propuestos.
    b. Elabore un cuadro en el que pueda contrastar qué dice cada autor sobre la oralidad, la escritura, ventajas, desventajas, con esta tarea logra procesar la información relevante. (Confrontación de fuentes)
    c. Construya su plan de escritura con los conceptos claves, una tesis o idea que Ud. desee sostener sobre el tema propuesto y al menos tres preguntas o cuestiones que le permitirán  desarrollarlo, analizar la bibliografía y llegar a algún tipo de conclusión donde podrá fundamentar su mirada personal desde lo estudiado.


    viernes, 12 de noviembre de 2010

    Textos para parcial: Segunda parte.

    INSTITUTO DE NIVEL TERCIARIO DE VILLA ANGELA
    PROFESORADO  DE EDUCACIÓN PARA NIVEL PRIMARIO


    Tarea 2
    1. ¿Cuál es la tesis del texto? Resumíla en 20 palabras o en dos renglones.
    2. ¿Estás de acuerdo con ella? ¿Por qué? Da tres razones.
    3. ¿Qué ideología tiene el texto?
    4. ¿Cómo lo sabés? Subrayá en el texto lo que te lo indique y explicálo brevemente.
    5. Después de leer el 2º texto, modificá tu respuesta si querés, en relación con el texto 1 y las respuestas que elaboraste en relación con él.

     

    Un político sin herederos

    S. K.
    Jueves 28 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa 

       NO faltarán los insensatos que celebren su desaparición. Son ciegos y no sólo insensibles. No sólo impermeables al dolor personal; impermeables, además, a las graves consecuencias políticas que esta desaparición abrupta acarrea a la República. Porque con Néstor Kirchner no murió ante todo un ex presidente, sino el político más poderoso del país. Quiera Dios, por otra parte, inspirar a la presidenta de la Nación y a quienes suelen aconsejarla para que, en sus pronunciamientos venideros, no hagan de este episodio tan penoso una fuente de espurias rentabilidades políticas. La moderación que necesitamos desde hace mucho hoy es más indispensable que nunca.
      No, la muerte de Néstor Kirchner no beneficia a nadie. Obviamente, no beneficia al oficialismo. Pero tampoco favorece a la oposición. Es, definitivamente, un acontecimiento desgraciado para la democracia argentina. La magnitud de las incertidumbres que genera no puede, todavía, ser debidamente inventariada. Pero es y será, sin duda, determinante. Y su incidencia puede resultar agravada por quienes no vacilen en hacer de lo sucedido un uso demagógico. Al igual que en el caso de Juan Perón cuando falleció Eva Duarte o en el de Isabel Martínez cuando murió Juan Perón y en el más reciente de Ricardo Alfonsín cuando falleció su padre, Cristina Fernández se verá investida con los atributos con que la justificada conmiseración pública y la idealización inevitable suelen coronar a quienes, por una u otra razón, se convierten en deudos eminentes de las grandes figuras desaparecidas. Eso es comprensible. Pero también lo es la inquietud de quienes temen que esa piadosa cercanía y esa solidaridad pasen a ser instrumentadas ideológicamente por quienes suelen valerse del dolor de la gente para afianzar su poder.
       La muerte de Néstor Kirchner va a acelerar la fragmentación del Frente para la Victoria. Provocará, es predecible, tensiones y enfrentamientos entre sectores que se disputarán a brazo partido la condición de cabales representantes del ex presidente difunto. Pero lo cierto es que Néstor Kirchner no deja herederos. Su liderazgo siempre fue excluyente y no inclusivo. No faltarán, sin embargo, quienes se empecinen en presentar a Cristina Fernández como su legataria. Se equivocarán. La Presidenta fue su aliada. La única persona que estuvo situada en un pie cercano a la igualdad con él. Pero él no la preparó para recibir su herencia imaginaria, sino para preservar su capital político mientras él, en un cono de sombra más que tenue, seguía ejerciendo el poder.
       Néstor Kirchner jamás renunció a su liderazgo. Como otras figuras de nuestra historia, fue un dirigente solitario. Defensor avaro y feroz de su protagonismo. El verticalismo fue su norma; la transversalidad, su máscara. Por detrás de la retórica del compañerismo ejerció siempre, rudamente, una implacable hegemonía personal.
    Néstor Kirchner murió en su ley. Su muerte impacta, conmociona, pero no sorprende. Fue una muerte anunciada. Jamás retrocedió ante la adversidad ni ante sus adversarios, a los que concibió únicamente como enemigos. Tampoco el riesgo de la muerte lo arredró. Hacía ya mucho que desdeñaba las advertencias de su cuerpo enfermo. Ellas eran inaceptables para él. En todo, la desmesura fue su norma. Homero supo distinguir entre la osadía y el coraje. Muchos dirán que Néstor Kirchner fue un hombre de coraje. Tal vez. Como político, lo caracterizó mejor la osadía. Los límites ofendían su omnipotencia. Sobran los ejemplos desde el año en que asumió por primera vez la gobernación de Santa Cruz hasta el aciago día de ayer, empañado para todos los argentinos por su muerte.
       Quienes no coincidimos con él hubiéramos preferido que lo derrotara la democracia y no la muerte. Pero acaso no resulte exagerado afirmar que él prefirió la muerte. El desenfreno, repito, fue su rasgo distintivo. Kirchner podría haber sido un personaje elocuente de cualquier tragedia griega. Y, como en una tragedia griega, su desaparición no resuelve el conflicto, sino que viene a complejizar aún más el significado de la trama que caracteriza la difícil situación argentina.
    Se esté a favor o en contra de lo que hizo y significó Néstor Kirchner, su desaparición es una desgracia que nos afecta a todos. La fragilidad institucional de la Argentina recibe, con su muerte, un golpe más y uno de los más hondos desde el retorno del país a la vida constitucional. El vacío que deja es el que generan los caudillos cuando se van. Mientras gobiernan, aspiran a serlo todo. Cuando pierden el poder y, como en este caso, la vida, ya nadie los representa.



    Textos para parcial: Primera parte

    Primera parte

    INSTITUTO DE NIVEL TERCIARIO DE VILLA ANGELA
    PROFESORADO  DE EDUCACIÓN PARA NIVEL PRIMARIO

    Apellido y nombres: …………………………………………………………….……..Curso y División:……………
    Tarea 1
    1.       ¿Cuál es la tesis del texto? Resumíla en 20 palabras o en dos renglones.
    2.       ¿Estás de acuerdo con ella? ¿Por qué? Da tres razones.
    3.       ¿Qué ideología tiene el texto?
    4.       ¿Cómo lo sabés? Subrayá en el texto lo que te lo indique y explicálo brevemente.

    La muerte nunca fue peronista. Publicado el 28 de Octubre de 2010
                                                                            Por H.B. Periodista, escritor y politólogo.

       El modelo nacional y popular es más que un hombre. Debe ser más que un hombre. Está condenado a ser más que un hombre. Es más, para que la muerte de Kirchner no sea vana, el modelo debe ser sostenido, continuado, profundizado.
       La muerte no es peronista. Nunca lo ha sido. Es más, siempre ha acogotado a los líderes justicialistas en los peores momentos de la historia. En 1952, cuando los años felices comenzaban a ensombrecerse y la crisis económica decía presente, se llevó al corazón vibrante del peronismo: Evita. Anidó allí, en el lugar más íntimo de la mujer, para impedir la fecundización de un proyecto político diferente al que había gobernado la Argentina durante 100 años. En 1974, cuando el peronismo se hacía incontenible, cuando la violencia arrasaba el país, la muerte acabó con el único hombre que podía contener la tragedia: Juan Domingo Perón murió solo en su habitación de Olivos. Ayer, en este 2010 que hasta ahora había sido resplandeciente, la muerte le pegó una patada en el pecho a una pieza clave del armado político peronista. En vísperas a que la sociedad debatiera qué proyecto de país quería para sus próximas décadas, se llevó al estratega máximo del “modelo nacional y popular”.
       Néstor Kirchner fue uno de esos “locos” que no abundan en la Historia. Asumió la presidencia después de la tormenta de 2001 y fue una tromba. Flaco, desgarbado, desaliñado, ese 25 de mayo de 2003 jugó con el bastón de mando, sonrió, hizo muecas, se divirtió, y dio uno de esos discursos inolvidables para la política argentina: “Formo parte de una generación diezmada. Castigada con dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada. No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso constituye en verdad un ejercicio de hipocresía y cinismo. Soñé toda mi vida que este, nuestro país, se podía cambiar para bien. Llegamos sin rencores, pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro. Sino que también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones.”
       Y después, claro, hizo todo aquello que hacen los políticos: acertar, errar, negociar y gobernar con mayor o menor grado de felicidad. Pero su principal virtud era –doloroso pasado– que solía salir del molde del político racional y especulativo. Lo demostró en la manera en que se dejaba aporrear por la gente, en la forma en que sacudió al periodista Claudio Escribano, cuando este lo amenazo desde La Nación, o cuando desautorizó a George W. Bush en la cumbre de presidentes en Mar del Plata y decidió “enterrar el ALCA”. Ni que hablar cuando hizo bajar el cuadro de Jorge Videla de las paredes del Colegio Militar de la Nación. Kirchner huía para adelante. Esa era su principal virtud: cierto coraje que no abunda en los ámbitos políticos. No gobernó para los poderosos de este país y del mundo. Aun entendiendo las reglas del juego siempre traccionó sus políticas en beneficio de las mayorías. Era duro para negociar con los duros. Crecimiento sostenido, inclusión social, el Estado como árbitro, la inclusión del movimiento obrero organizado en la discusión del poder, la política de justicia respecto de las violaciones a los Derechos Humanos, el desendeudamiento, el orden fiscal, la independencia de criterio en política internacional, el fortalecimiento de los lazos regionales –no es casualidad que haya sido elegido como el primer “presidente” de la Unasur–, el regreso de la política como agonía y discusión fueron algunas de las buenas nuevas que puso Kirchner sobre la mesa en este nuevo siglo. La cotidianidad, la familiaridad, las histerias y neurosis colectivas suelen mellar la posibilidad de hacer un análisis político serio. La ausencia y el paso del tiempo van a confirmar estas palabras que voy a escribir ahora: los años del kirchnerismo –que vivimos y seguiremos viviendo– van a ser recordados como los más felices de los últimos 50 años por el pueblo argentino.  
       La muerte de Kirchner abre las puertas a todo tipo de especulaciones. Desde las más mezquinas y miserables hasta aquellas que son justificadas por el temor y la incertidumbre. Nada de lo que se diga hoy es válido. El futuro se irá amoldando en función de las decisiones y las conductas políticas de los distintos actores. Sin dudas, no se trata de un hecho más, claro. Kirchner era el hombre pragmático de la pareja, el que sabía tejer el entramado de poder, la estrategia política. Su ausencia deja un vacío muy difícil de llenar. Por estilo, por carácter, por visión política. Pero no es todo. El modelo nacional y popular es más que un hombre. Debe ser más que un hombre. Está condenado a ser más que un hombre. Es más para que la muerte de Kirchner no sea vana el modelo debe ser sostenido, continuado, profundizado.
       Y allí está Cristina Fernández, su mujer y su compañera, y presidenta de la Nación. Se abre una nueva etapa para ella, es cierto, pero también se trata de una continuidad. Las comparaciones históricas en este caso son nulas. No hay vacío de poder, no hay necesidad de buscar herederos o remplazantes. Y Cristina no es Isabel –María Estela Martínez de Perón–, como quieren imponer absurdamente algunos voceros de la oposición. Esta es su hora más difícil, seguramente. Pero las miles de personas que ayer fueron a la Plaza de Mayo la acompañan y la sostienen. Y también habrá que ver cómo impacta en la sociedad la muerte del ex presidente, cómo responde en las encuestas de opinión, de imagen, de intención de votos.
       Kirchner fue –otra vez el maldito pasado– un actor fundamental en la política, pero la construcción del modelo no puede depender de la voluntad de un hombre. Es necesario que la dirigencia, los cuadros y la militancia conviertan el dolor en fervor, la tristeza en convicciones, el abrume en compromiso y el temor en alegría. Porque el futuro y los destinos de este país se juegan en los próximos meses. Y el peronismo debe hacer todos los esfuerzos posibles para que las conquistas de estos últimos siete años no se derrumben. 
       Hace unos días, escribí que el kirchnerismo era hasta ahora el último traje que utilizó el movimiento nacional y popular democratizador, desmonopolizador, en este país para enfrentar al liberalismo conservador concentrador de las riquezas. La perspectiva histórica nos demuestra que todo pasa, incluso los hombres, y lo que quedan son las ideas, la voluntad política, la organización y las transformaciones. Es tiempo ahora de consolidar las estructuras que deben sostener y profundizar el modelo, es tiempo de construir la columna vertebral de que ponga de pie al modelo después de la tristeza. Y habrá que comprender que en esta especie de barajar y dar de nuevo la cabeza será Cristina Fernández y el eje, una vez más, el movimiento obrero organizado. A partir de allí, se podrá construir un nuevo andamiaje que incluya a los gobernadores e intendentes y a los sectores progresistas que comprendan la contradicción fundamental de esta nueva instancia política.
       Entre las cosas más importantes que Kirchner le aportó a la Argentina fue la devolución de la política entendida como conducción, decisión, gestión e ideología. Le devolvió el valor a las palabras: hoy no es posible pronunciar un discurso haciendo playback. Es imposible que alguien se confunda de discurso, como le ocurrió a Carlos Menem, por ejemplo. Lo que se dice tiene peso propio. A los que no crean en esto los invito a releer el discurso de asunción del 25 de mayo de 2003. Verán que Kirchner siempre tuvo un proyecto político, que no mintió, que fue coherente –con pequeñas contradicciones, claro– con su pensamiento. De muy pocos presidentes se puede decir lo mismo. Y además casi siempre hablaba en plural, como si hubiera un nosotros, como si fuera uno más, acaso un primus inter pares.
    La otra gran característica fue su nacionalismo político. Kirchner puso a discutir los distintos discursos sobre la Nación. Cierta dignidad arrabalera, primaria, primitiva, si se quiere, campeaba en la forma en que el “flaco de traje gris abierto” se relacionaba en materia de relaciones exteriores y de negociación con los organismos de créditos y en la defensa del Estado contra el abuso de las empresas trasnacionales.
       Con la muerte de Kirchner se acaba también una dinámica política determinada. Se abre otro tiempo, un momento de mayores debates, de profundización, de mayor trabajo y compromiso para aquellos que creyeron y creen en el proceso progresista que se inició en 2003. Hugo Moyano dijo ayer algo muy significativo: “Después de Perón nunca nadie le dio tantas cosas a los trabajadores como Néstor Kirchner.” Es una gran definición política. Cuando la neurosis pase de largo en esta sociedad podrá evaluarse con justicia lo que significó el ex presidente para este país. Pero hay que remplazar la mirada histérica por la visión histórica. Para el que escribe estas líneas, el de Néstor Kirchner fue uno de los mejores gobiernos de toda la historia argentina. 
        (Final personal: En una sola oportunidad pude entrevistar al ex presidente Kirchner. El encuentro se produjo en diciembre de 2002 cuando él todavía era precandidato a las elecciones. Como ocurre siempre en las entrevistas políticas, cuando se apagó el grabador nos quedamos charlando un rato largo sobre política, economía, y otras cuestiones. Estaban presentes Alberto Fernández y Miguel Núñez. Kirchner sudaba voluntad de poder, pero también transpiraba convicciones políticas. Antes de despedirnos me hizo una pregunta personal. “Si yo llego a ser presidente y vos tuvieras que pedirme una sola cosa ¿qué me pedirías?” Lo miré y con cierta inocencia, le respondí: “Un país con un mínimo de dignidad.” Canchero, llevó su mano al hombro y me dijo: “Olvidate, dalo por hecho. No te voy a defraudar, entonces, gordo.” Nunca tuve oportunidad de decírselo y aprovecho estas páginas para hacerlo, en vano, ya que no podrá leerme. Casi como una catarsis y un homenaje te digo: “No me defraudaste, flaco.”)